sábado, 3 de mayo de 2008

Fin de curso II

Otros textos de mis estudiantes:

Paloma White

El cuento fantástico

Existió una vez un cuento fantástico. De pequeño los demás cuentos se burlaban de él por ser distinto. Con la adolescencia le crecieron todo tipo de complementos corpóreos inesperados. Por ejemplo, en el medio de su espalda empezaron a salir unas plumitas, que le hicieron sentirse sumamente acomplejado por lo cual adoptó la costumbre compulsiva de arrancárselas, especialmente cuando se sentía inquieto. Esta manía le dejó unos granitos que luego resultarían difíciles de disimular. También le cambió la voz. El tono se hizo místico, y adaptó un deje a menudo nebuloso, de manera que a veces había que descifrar lo que él quería decir. Era un pobre incomprendido. Desarrolló además el molesto tic de entrar y salir involuntariamente de la realidad, como si fuese el objeto de recreación de algún caprichoso ser invisible ejerciendo sobre él su total voluntad. Esto le causaba especial tormento en la escuela, ya que sus tutores lo castigaban cuando de pronto se interrumpía el lógico y predecible progreso de su trama, saliéndose por completo del marco escénico. Al regresar, los otros cuentos, fascinados, le acosaban con sus preguntas: ¿A dónde había ido? ¿Qué otros poderes tenía? ¿Podía hacerles también desaparecer a ellos? Algunos hasta intentaban imitarlo, sin lograr nunca el mismo efecto. La verdad es que él no recordaba nunca su otra realidad. Solo sabía que siempre después de cada ida y venida se notaba un nuevo cambio. Más bien no se daba cuenta, cuando estaba desaparecido, de que estaba siendo convocado a su propia historia. Poquito a poco iba creciendo, acabando por desarrollarse las verdes expresiones de su forma, hasta llegar a un punto de madurez, en el que el ente invisible, estimándolo completado, puso fin a sus apariciones mágicas. Desde aquel entonces ya no más volvió a desparecer de su mundo entre cuentos, siendo irremediablemente fijado al papel.



Eric Hickey

Fotografía
A ella no la conozco.
Yo diría que a su marido tampoco,
pero desinfectó mi herida en vodka,
como yo había hecho con la suya,
cuando nos rebanamos los dedos.
Hermanos de sangre y no recuerdo su nombre

Y ya llevo su mujer en mi bolsillo,
la única foto que llevo.
Planetas en el fondo, foco suave, asqueroso,
la desconocida me cuenta su secreto,
escrito al dorso:
No importa
Que tan lejos estén nuestras vidas
Pero entre más lejos mas te quiero
Tuya por siempre

Gracias, señora, y no le digas nada

Accidente
Lo pone en marcha,
Mira hacía la derecha, hacía la izquierda
El motor gruñe, las ruedas despegan del pavimento
Unos microsegundos, nada mas,
Su coche se casca
Su yema de sangre goteando al hormigón

Encima del témpano de hielo...

Encima del témpano de hielo se clavan los colmillos de mi bota.
Con cada mordisco crujiente me acuerdo de mi abuelo
‘Veinte pulgadas de nieve’ decía ‘y cuesta arriba siempre.’
El aullido congelado me envuelve el cerebro con un par de manitas frías.
‘Sin zapatos,’ juraba, ‘ni siquiera arpillera para hacerme chancletas.’

Ninguna idea de la hora, es el amanecer de melaza.
A estribor trepa el sol, también a babor.
Doy la vuelta completa con la brújula, ubicándome
Orientado hacia el sur, aprendo, desde cualquier ángulo
Yo tirito
y trago
y sigo adelante

1 comentario:

Jorge Salcedo dijo...

Felicidades, Enrique. Tus alumnos escriben muy bien en otro idioma.
No, sin bromas, muy bien. Todos tienen una vena creativa muy rica y un no sé qué que quedan balbuciendo…
No, muy bien de veras. A mí se me cascó el coche el otro día. Tranquilo, cocheeeeeeero…
Ah, el elogio no es lo mío. Pero no me rindo. De veras muy bien.
Ahora sí lo fijé al papel.