miércoles, 22 de febrero de 2012

Los relatos de Maurice Sparks

El año pasado el escritor y narrador Ernesto González publicó el libro Los relatos de Maurice Sparks (Editorial Silueta), del que ahora sale una reseña en El Nuevo Herald. La generosidad del autor me permite ofrecerles un adelanto del libro en este blog:

Un presidente abre una botella de champán


Un presidente abre una botella de champán, el corcho sale volando, cae por la ventana y golpea a un transeúnte en pleno rostro. El transeúnte, molesto, agarra el corcho y lo lanza hacia la ventana de donde vino. El guardia que cuida la entrada del palacio presidencial lo ve y le dispara, matándole en el acto. Los otros transeúntes se molestan, se reúnen, hacen una protesta a la que se van uniendo otros transeúntes. La protesta se extiende por todo el país. El ejército interviene con sus tanques, mueren más civiles, la comunidad internacional exige la renuncia del presidente. Al mandatario no le queda más remedio que huir con toda su familia hacia un país vecino que le ofrece asilo político.


Sentado en la cama de su habitación en un hotel de la capital del país vecino, el presidente trata de entender los acontecimientos de las últimas semanas mientras se toma una cerveza.





Un asunto de gravedad



Un señor decide tomar el elevador para visitar a un amigo en el décimo piso. Le lleva una botella de vino. Al entrar al cajón lo invade el pánico. ¿Si se cae? ¿Si se descompone? El señor decide regresar a la calle y no visitar a su amigo. Mientras tanto, el amigo camina de un lado a otro en su oficina del décimo piso. Se siente deprimido. Ha llegado muy alto pero no es feliz. Apenas tiene tiempo para los amigos. Su esposa lo ha abandonado. Sus hijos se han mudado lejos, a otro estado. Sale al balcón y sin pensarlo mucho se lanza al vacío. Cae con todo su peso sobre un hombre que camina con una botella de vino debajo del brazo.





La caza



Por un momento me pareció que estaba desnuda. Pero no. Fue sólo una ilusión óptica. Vestía unos “blue jeans” y una blusa bien estrecha, pegada a su cuerpo sensual y juvenil. Yo iba manejando, absorto, feliz porque el fin de semana ya había llegado, gracias a dios. Iba camino al mercado a comprar una botella de whisky. Para relajar. Mi trabajo es super estresante, agotador, quemador de neuronas, asesino, criminal. Un trabajo que paga bien pero que no me merezco. Yo merezco ser rico, pero esa es otra historia y se las cuento otro día.

Lo mejor no era que pareciera desnuda. Lo mejor no era que fuera tan sensual. Lo mejor no era que fuera joven. Lo mejor era que me miraba, lo mejor era que sonreía, lo mejor era que seguía mirándome, como pidiendo que le hablara, que le pidiera su teléfono, que la llevara a un motel, que le hiciera el amor (más bien que me la templara, hacer el amor es otra cosa, más leve, más delicada, más romántica; esto parecía ser un deseo animal).

Hay algo que no les he contado todavía. Soy casado. Un hombre felizmente casado. Mentira. No hay hombre que sea totalmente feliz en su matrimonio. Me gustan las aventuras. Me gusta conquistar a esas damas débiles que se dan fácil, esas frágiles criaturas que el azar nos regala. Me gusta salir a buscarlas, me gusta encontrarlas, me gusta después zafarme de ellas. Me gusta decir: “Lo siento, pero soy casado. No te puedo ver más.”

Lo sé. Soy un verdadero hijo de puta. Pero todos los hombres lo somos. Levante la mano el hombre que no ha tenido una aventura, o dos, o tres, o mil.

Miren a Tiger Woods: bien parecido, millonario, famoso. Casado con una bella mujer. Pero, ¿y eso qué importa? Los hombres somos cazadores. Nos gusta la carne. Nos gusta la caza. ¿Quién lo puede negar? Tiger Woods es un cazador. Yo soy un cazador. Todos los hombres somos cazadores.

A mí las mujeres se me dan fácil. No se los niego. Tengo un no sé qué. Esta no era una excepción. Caería fácil. Era un presa. Ya había caído en la trampa.

Me bajo del carro. Camino hacia ella. Ella camina hacia mí. Esto se pone bueno, me digo. Gracias, dios, por todo lo que me das. Gracias por ser tan generoso. Pero la verdad es que me lo merezco.
Me mira. La miro. Abre la boca. Me dice:

-- Señor, ¿le gustaría donar sangre hoy?

3 comentarios:

Güicho dijo...

Ernesto,
eres un gran vago, ¡enhorabuena!

Por cierto, "La Caza" quedó inconclusa. Faltó la obvia respuesta:

- Sangre no, leche...

O su alternativa políticamente correcta:

- ¡Chupa, vampira!

Ernesto G. dijo...

Gracias, Enrisco. Un abrazo.

Coño, Guicho, esos finales son geniales!

Anónimo dijo...

Me han hecho reir uds. todos.