viernes, 17 de julio de 2015

Aire frío en Nueva York

Definitivamente vale la pena ver "Aire frío", una de las piezas más importantes de la dramaturgia de Virgilio Piñera presentado por el Repertorio Español de Nueva York: tanto por con el esmerado e inteligente montaje de Leyma Lopez como por una Zulema Clares excepcional en su papel de Luz Marina. Dedicar una noche a adentrarse en los vericuetos de la familia Romaguera y convencernos de eso, de que todos somos Romaguera, que el genio de Virgilio sigue intacto.

Las actuaciones son bastante disparejas, el decorado escueto (aunque funcional) pero la puesta en escena recuerda por qué los griegos se reunían con tanto fervor hace dos milenios y pico a ver a actores dándole vida a textos ajenos. Allí, apenas sin darnos cuenta nos sumergimos en la experiencia catárquica de ver a una familia que es todas a la vez de reconocer y experimentar al unísono demonios comunes y cotidianos: el padre aferrado a su (falsa y risible) autoridad, la madre a su papel de víctima, el hermano que vive del aire, el hermano que te lo cobra y la hermana justa e infeliz que consigue que todo (en la vida y en la obra) funcione.

Preparando a mi hijo para lo que iba a ver en escena le puse esta adaptación de 1999 para la televisión cubana. Les confieso que aquellos primeros minutos me resultaron tan falsos y deprimentes como para reconsiderar la visita al teatro aquella noche. Si ese era el resultado contando con un elenco que incluía a Isabel Santos, Verónica Lynn, Raúl Pomares y Fernando Echavarría qué esperar de actores (cubanos pero también dominicanos, españoles, venezolanos) que ni siquiera comparten un acento común que le dé cierta credibilidad a una trama cubana.

Pero al fin y al cabo se consigue el milagro no solo por la fuerza de la actuación de la protagonista sino porque esta y la directora entendieron algo muy elemental de “Aire frío” que vale también para toda la obra de Piñera o para buena parte de la realidad cubana. Y ese es algo es el tono con que se mira e interpreta una tragedia a la que siempre le falta algo incluso para ser una tragedia con pleno derecho. En este caso el motivo central es la falta de un ventilador, que más allá de toda la simbología existencial que se le pueda exprimir ilustra soberbiamente la concepción de Piñera sobre la “Nada por defecto”, la tragedia que se construye sobre una ausencia ridícula en apariencia pero devastadora en su rutinaria y desesperante insistencia.

Lo único que puede salvar a una tragedia así del más profundo ridículo es el tono. El tono de una tragedia que no se toma así misma demasiado en serio para hacerse comprensible a un nivel más sutil, ese que entienda la risa no como alegría hueca sino como una especie de estoicismo. Porque lo más trágico de esta tragedia –valgan aquí todas las redundancias- es justamente su dificultad para ser tomada totalmente en serio, para ser comprensible. Eso parecen entenderlo perfectamente Leyma Lopez y Zulema Clares para convertir esas noches de “Aire frío” en el Repertorio Español en un acto de purificación mediante la inmersión profunda en lo más denso y esencial de nuestra socialidad con la ayuda del espíritu de ese muerto oscuro (y a la larga claro) que fue Virgilio Piñera.      

1 comentario:

Uno fuera dijo...

Piñera, entre todos los presentes cuando el Censor-en-Jefe vomitó sus infames “Palabras a los Intelectuales” en 1961, fue el único que se atrevió a decir algo que de alguna manera cuestionaba la barbaridad totalitaria de “contra la revolución [o sea, contra mí], ningún derecho.” Solamente dijo que tenía miedo, pero lo dijo en la cara del “Macho” Máximo y la pistola-falo que tan vulgarmente había puesto sobre la mesa a la vista de todos.

A pesar de ser tolerado e “irle bien” durante los años 60, y de que nunca criticó al régimen castrista abiertamente, tampoco le sirvió de propagandista, y Aquella Mierda perdió la paciencia con “ese maricón” (palabras del Che) y se dedicó a perseguirlo y aterrorizarlo. Le mandaban esbirros a la casa que lo acosaban hasta hacerlo llorar, y el pobre juraba y perjuraba ante ellos que haría lo que se esperaba de él, o sea, lo que hicieron tantos otros escritores o escritorzuelos que se plegaron al sistema.

Pero, y esto es MUY importante, en resumen de cuentas nunca prostituyó su obra ni su talento a Aquella Mierda. Eso, aunque su talento fuera mucho menos de lo que es, vale y brilla mucho más que lo que hicieron gente como Alejo Carpentier y Alicia Alonso, por no hablar de la ralea de mediocridades (si eso) que se “apuntaron en la lista” del castrocomunismo.